Carta a Carlos

 

Querido Carlos:

Creo que esta es la carta que más he deseado escribir; de hecho, mi primera idea fue la de redactar tan solo una carta de despedida, la tuya, pero luego ya fui extendiendo la idea a otros seres queridos.

Aunque nosotros dos hemos estado unidos por un vínculo muy fuerte desde la fecha de tu nacimiento, a raíz de mi separación nos hemos distanciado; mejor dicho, nos han distanciado, pero debes saber que yo no he dejado ni un solo momento de quererte y de acordarme de ti.

Probablemente tu nacimiento haya sido el momento más feliz de mi vida, al menos así lo veo ahora, más incluso que el nacimiento de mis propios hijos, más que el día de mi boda, más que cuando aprobé las oposiciones, mucho más. Cuando nacieron Silvia y Mundo aquello me pareció normal, muy bonito, sí, pero normal; en cambio, cuando naciste tú fue como si todo volviera a encajar de nuevo: la familia otra vez unida, la continuidad de los nuestros, la trasmisión de nuestros genes, la esperanza en el futuro. Tú dabas respuesta y sentido a todo. Hasta olvidé mis resquemores con tu padre. Perdona que te hable así, pero debes entender que no voy a tener ninguna otra ocasión de comunicarme contigo. Con tu nacimiento olvidé todo lo que había pasado entre nosotros. Él, después de todo, me había dado un nieto, y no un nieto cualquiera. Habías llegado tú, Carlos, y fuiste alguien muy especial desde pequeñín. Recuerdo que me quedaba embobado viéndote dormir en la cuna cuando tus padres te dejaban en nuestra casa (muchas veces). También recuerdo que Elena se molestaba un poco: «Lo que no has hecho nunca con tus hijos lo estás haciendo ahora con el nieto». Te hablaba y me mirabas fascinado con esos ojitos claros, como si comprendieras todo lo que te decía, porque yo también fui muy especial para ti. Lo noté enseguida; había como una corriente de afecto intensísima entre nosotros. Tú también querías estar siempre a mi lado. Cuando te fuiste haciendo mayor, te encantaba venir a pasar el fin de semana con nosotros a la casa del Escorial, o incluso al pueblo, a Linares, y continuamente me pedías que te llevara a pasear y te contara cosas del campo o de las estrellas, o de cuando yo era pequeño, o de la familia; cualquier excusa era buena para que te estuviera hablando.

Después todo se rompió. Sé que te hemos hecho daño, mucho daño con la ruptura familiar y que de algún modo cortamos tu desarrollo afectivo y tu estabilidad, y eso me duele, eso es lo que más me duele de todo lo que ha pasado, y por ello te pido perdón. Espero que puedas hacerlo, aunque yo no voy a darte ahora argumentos para ello, seguramente porque no los tenga. Mira, Carlos, a veces las personas cometemos errores por los que nos toca pagar una factura muy cara, pero debes entender que la vida es muy compleja, y que nadie, y mucho menos los seres a los que quieres, e incluso a los que admiras, es perfecto. Todos tenemos defectos y nos equivocamos, y yo, seguro, más que la media.

Sé muy bien que tú no me condenaste nunca. Por lo que sea, no te dejaste arrastrar por la corriente inquisitiva que entró en la familia. Tú seguiste queriéndome, lo sé, y eso me ha dado fuerzas durante mucho tiempo.

¿Sabes cuál ha sido el día más feliz para mí en estos últimos cinco años? Te lo voy a contar:

Sucedió hace un año y pico, un sábado del mes de abril por la mañana. Tú ya estabas jugando en el Moratalaz, pero entonces estabas aún en infantiles. Jugabais un partido muy importante contra el Torrejón, y yo, como casi todos los sábados, había ido a veros jugar. Aquel día llegué pronto y me puse en la última fila de la grada del campo, por el centro, justo a la altura de vuestro banquillo. Lo que te quiero contar sucedió en el segundo tiempo. Ibais perdiendo 1-0 y lo estabais pasando muy mal; os tenían embotellados y no conseguíais cruzar el medio campo. Tú jugabas entonces de delantero puro: eras muy alto y el entrenador quería sacar partido de eso. Yo ya sabía que tu puesto ideal era de interior, pero yo no era el entrenador. Casi al final de la segunda parte te lanzaron un balón al hueco, corriste medio campo con esa zancada poderosa que tienes, regateaste al portero con gran elegancia y marcaste. ¡Goooool!, gritó todo el mundo (bueno todos los de tu equipo, pues había muchos seguidores de los otros en la grada y esos se quedaron mudos). Tan pronto como te soltaron los compañeros emprendiste una carrera hacia la zona donde yo me encontraba. Supuse que irías a dedicárselo a algún amigo del banquillo o al entrenador, pues todos estaban dando saltos como locos. No paráis de copiar las cosas que hacen los mayores. Pero no, no ibas hacia el banquillo, pasaste de largo y llegaste hasta la barandilla que separa las gradas del campo, me miraste, me señalaste con un dedo y me lanzaste un beso. Yo estaba de pie aplaudiendo y... me puse a llorar. Sí, eso ya no lo viste, pero me puse a llorar como un niño. Cuando volviste al centro del campo me senté de nuevo en aquel frío banco de cemento y sujeté la cabeza entre mis manos mirando al suelo. Seguí llorando un buen rato. Me lo habías dedicado a mí, cuando yo pensaba que ni sabías que estaba en el campo, que quizás hasta me hubieras olvidado. Al verme llorar un hombre mayor que estaba por allí se acercó y dándome unas palmaditas en la espalda me dijo: Ha sido un golazo, sí señor. Es muy bueno el 9. ¿Es su hijo? Con dificultad le respondí: No, no..., es mi nieto. Casi no me salían las palabras. No te puedes figurar lo feliz que me sentí: por el gol, por la dedicatoria, porque me habías visto, por acordarte de mí, porque fueras mi nieto, por todo. Gracias, Carlos. Nunca lo podré olvidar.

Ahora debes seguir con tu vida; debes querer y respetar mucho a tus padres, que, aunque ahora no los comprendas, ellos intentan hacer las cosas del mejor modo posible y siempre, siempre, por tu bien. No lo dudes. Y en cuanto a mí, pues me gustaría que no me olvidaras, y por ello te voy a hacer llegar por medio de Sebastián una caja con una serie de objetos que han sido muy especiales para mí. Hay pocas cosas; la mayoría de mis pertenencias se han perdido con todo este follón o reposan en algunos armarios o cajones de la casa del Escorial (supongo), pero estos objetos que he podido salvar del naufragio te los regalo a ti. Me hubiera gustado darte más, mucho más, pero las cosas son como son. A tu hermana pequeña, Paula, casi no la he tratado; bueno, de hecho, a su comunión ya no fui invitado, por lo que voy a pedirte que de vez en cuando le hables de mí y le digas que el abuelo también la quería muchísimo, pero que no pudo estar con ella ni despedirse adecuadamente. Me gustaría que compartieras con ella los objetos de la caja, así también me tendrá en sus pensamientos.

Ahora ya acabo. Deseo que seas muy feliz y aprovecho para recordarte que que mi hermano y su familia siempre estarán disponibles para ti, aunque no se hablen con tus padres, eso da igual; ellos siempre serán tu familia. Y también debes saber que mi amigo Sebastián es como si fuera mi hermano. Acude a él cuando te parezca o cuando necesites ayuda o consejo. Él te quiere como si fueras su nieto.

No sé cómo despedirme, la verdad es que estoy otra vez muy emocionado. Solo te diré que te mando un beso muy grande y te pido que me dediques algún gol de vez en cuando y recuerda siempre que te he querido y te quiero muchísimo, y que desde aquella estrella que tú ya sabes siempre estaré a tu lado.

Tu abuelo.