¿Te has adaptado a vivir en Sevilla?

14.03.2016 20:10

 

Llevo viviendo en esta ciudad 32 años (más de la mitad de mi vida) y durante cierto tiempo al volver a mi tierra escuchaba esta pregunta: ¿Y qué tal te has adaptado a la vida allí?

Invariablemente respondía que no había tenido ningún problema de adaptación y que tanto mi familia como yo mismo estábamos encantados de vivir aquí. A veces, el interpelante no se quedaba satisfecho con la respuesta y buscaba matices o puntos de fricción: ¿Sí, pero, cómo llevas lo del calor? (como si en Valladolid o en Madrid no hiciera calor en verano), o,  ¿pero las costumbres son bastante diferentes, verdad?, o, ¿pero el sevillano se cree el ombligo del mundo, no?

La contundencia de mis respuestas no evitaba que al poco tiempo tuviera que escuchar de nuevo preguntas similares, como si no fuera del todo creíble lo que yo respondía.

Hoy, pasados los años, me he dado cuenta de que estaba errado en mis respuestas, profundamente equivocado. Yo no me había adaptado a la vida en Sevilla, simplemente porque no había ninguna adaptación que pasar. No caía en la cuenta de que a pesar de algunas diferencias estéticas o de tamaño que pudiera haber entre esta ciudad y otras ciudades castellanas en las que había vivido, el tipo de vida, las costumbres, los valores, el idioma, los gustos estéticos, la historia, el folclore, las creencias, hasta los defectos… todo, todo era prácticamente igual.  

Yo me he criado en diversos pueblos y ciudades de Castilla, y allí, cuando yo era pequeño, en Semana Santa la gente no se iba a las playas, se iba de procesiones y a los oficios, igual que se hacía aquí; cuando llegaban las fiestas patronales, la gente iba a los toros y organizaba peñas para recibir a los amigos invitándoles a vino y a comidas variadas, igual que se hacía aquí; cuando llegaba el Corpus era una gran fiesta, la gente se arreglaba mucho y había misa y procesiones, igual que se hacía aquí; en navidad las familias se juntaban y los reyes traían regalos para todos, igual que se hacía aquí; yo he ido a los salesianos y a los jesuitas, igual que muchos chicos de mi edad de aquí, y además nos enseñaban la misma geografía y la misma historia, con los mismos libros y los mismos métodos. La gente habla exactamente igual que yo, con la salvedad de que yo soy profundamente laísta y aquí no practican esa incorrección; en mi tierra a la gente le gusta juntarse con los amigos e ir de vinos y a tomar pinchos, exactamente igual que aquí (aunque aquí a los callos los llaman menudos, al rabo de toro lo llaman cola de toro y a los pinchos tapas); allí jugaba con mis amigos en los bares a las cartas (al tute y al mus sobre todo), y aquí juego al dominó (no me parece que eso sea una diferencia insuperable); cuando vine aquí era del Real Madrid, y 32 años después sigo siéndolo, y en cuanto a mis hijos, dos son de Madrid y los otros dos son del Sevilla. ¿Será eso lo que llaman mestizaje cultural? Cuando mis amigos me cuentan cosas que hacían de chavales o de adolescentes me veo a mi mismo en Madrid, o en Valladolid o en Salamanca haciendo las mismas cosas.

¿A qué demonios debería yo haberme adaptado al venir a vivir aquí?

Me decían: «Sí, pero allí en la feria solo se bailan sevillanas», creyendo que con eso me pillaban; pero yo respondía: «Nada más llegar aprendí a bailarlas y no he parado». Pero ahora me doy cuenta de que no lo hice por adaptarme; no, simplemente lo hice porque me encanta bailar y me lo paso fantástico cuando llega la feria y me pongo enfrente de una mujer con traje de sevillanas y empieza a sonar la primera. Por cierto, conozco yo muchos sevillanos de toda la vida que no se han marcado un solo baile jamás.

Hasta en las cosas con connotaciones digamos negativas, tampoco veo ninguna diferencia apreciable. Por ejemplo, en el tema de los famosos y denostados ‘’señoritos andaluces’’, a mí me parece que no son más que los antiguos hidalgos castellanos barnizados por los aires del sur. Cuando alguien me dice que en Sevilla hay muchos figurones o mangantes o cosas así, siempre me pregunto si los han contado y si han comparado con los que hay en otros sitios. Esas frases tópicas, que, por cierto, también repiten algunos sesudos intelectuales de por aquí en un claro ejemplo de auto fustigación, muy español por otra parte, la verdad es que me dicen muy poco. 

¿Y por qué veo yo a Sevilla tan parecida en lo esencial a las ciudades y lugares donde viví? A mí me gusta la historia y me encanta zambullirme en ella ante cualquier reto intelectual. El reino de Sevilla, que formó parte esencial de la corona de Castilla hasta hace muy poco, hasta 1833, duró casi 600 años. En esta fecha no tan lejana, una extraña reforma administrativa dibujó un nuevo mapa en la piel de toro, mapa que más o menos se ha respetado en la España autonómica. Pues bien, en los dos siglos siguientes a la incorporación de Sevilla a Castilla no había capital fija y la corte castellana era itinerante, ubicándose o bien en Toledo o en Valladolid, Medina del Campo, Ávila, Segovia… o durante largos periodos en Sevilla; por tanto, la gran metrópoli del Guadalquivir alternó con las otras históricas ciudades la capitalidad de Castilla. Es más, una vez establecida ya de modo fijo la corte en Madrid (con algún periodo de traslado a Valladolid), Sevilla continuó siendo la ciudad mas grande y más importante económicamente de la corona y una de las mayores de Europa. Tanto por su importancia estratégica como política y económica, como por ser puerta de entrada y salida de la flota y del comercio con América, Sevilla se convirtió en el auténtico crisol de personajes, costumbres y modas, tanto de Castilla (en su sentido más amplio) como de España en su cada vez mas consolidada esencia y personalidad.

 

No se podría entender nada de nuestra vida política, económica y cultural sin entender bien a Sevilla. Por ejemplo, en el ámbito cultural, el llamado periodo barroco, que seguramente constituyó la más alta manifestación cultural que jamás haya tenido nuestro país, tuvo uno de sus mas importantes epicentros en Sevilla. La escuela sevillana de pintura, con Murillo, Velázquez o Zurbarán a la cabeza, ha conformado nuestras referencias y gustos pictóricos desde entonces. Las esculturas en madera policromada de Juan de Mesa, Alonso Cano o Martinez Montañés (andaluces todos, aunque no sevillanos) inundaron nuestras iglesias y conventos de maravillosas imágenes sacras y  marcaron la pauta de los gustos en este arte a partir de entonces, y todos los pueblos y lugares de España pugnaban (y pugnan) por tener imágenes de similar belleza y estilo a los que diseñaron en aquellos talleres sevillanos del siglo XVII. Y, por citar otro aspecto cultural, es indudable que la genial obra de Miguel de Cervantes Saavedra no sería la misma sin el influjo que recibió durante sus diez años de estancia en Sevilla y sus innumerables viajes de recaudador por los pueblos de la provincia. El Quijote ‘’se engendró’’, tal y como dice el propio escritor en el prologo de su inmortal obra, en la Cárcel Real de Sevilla y varias de sus novelas ejemplares y de sus comedias y entremeses se desarrollan en esta ciudad. La atrayente vitalidad que Cervantes observó en sus calles y mercados, en sus mesones y posadas, en sus centros universitarios, en sus casas de perdición o mancebías, en sus barrios de pícaros y hampones; la intensa alegría, la luminosidad del ambiente, la explosión de gracia y talento, todo eso fue captado por su maravillosa pluma e inmortalizado por los siglos de los siglos en sus obras. Sevilla le devolvió el detalle al madrileño inundando la ciudad en 1916 con una serie de preciosas cerámicas alusivas al indisoluble matrimonio que se produjo entre Cervantes y la gran capital castellana del sur. Para el insigne manco de Lepanto, Sevilla era la ciudad del goce vital, de la libertad, del amor:

¡Dulces días, dulces ratos

los que en Sevilla se gozan

y dulces comodidades

de aquella ciudad famosa,

do la libertad campea

y en sucinta y amorosa

manera Venus camina

y a todos se ofrece toda,

y risueño el amor canta

con mil pasajes de gloria!

(El rufián dichoso)

 

Por tanto, nada de lo sevillano nos es ajeno a los de más arriba de Despeñaperros, y muchísimas de nuestras referencias culturales, lúdicas y estéticas, siguen teniendo su origen y su desarrollo aquí.

Muchos de nuestros grandes mitos y conformadores de nuestra imagen como españoles en el mundo pasearon por la calle Betis o por el Arenal, como Don Juan, como Fígaro, como Carmen, como tantos otros. Los mitos sevillanos son nuestros mitos, sus méritos son nuestros méritos y sus defectos son nuestros defectos.

Por ello, si en el futuro alguien se acerca a preguntarme si me ha costado mucho adaptarme a esta ciudad, le miraré como a un extraterrestre y le diré: Yo soy de aquí, amigo mío, nada en Sevilla me es ajeno y eso ha sido así desde mucho antes de nacer.

 

                            

Tema: ¿Te has adaptado a vivir en Sevilla?

Fecha: 17.03.2016

Autor: Maria Luisa

Asunto: Maravilloso artículo

Ojalá haya muchas personas que lo lean, nunca antes había leído una narración tan clara y didáctica de lo que significa nuestra historia en común.
Debería ser una obligación que nuestros políticos lo leyeran y aprendieran lo que es nuestra Historia, nos iría mucho mejor a todos.
Concretamente, y especialmente este año que celebramos los 400 años de la muerte del universal Cervantes, sería imperdonable que no lo tuvieran en cuenta y aprovecharan tal conmemoración para poner en valor lo que significa Sevilla en la vida de Cervantes. Tendrían que ponerse las pilas (aunque ya un poco tarde) para realizar actividades culturales que captara un turismo cultural para celebrar tal conmemoración.
Como bien señalas, uno de ellos pudiera ser, algo tan sencillo y fácil de realizar, como es planificar un paseo cultural visitando los emplazamientos donde se encuentran las placas conmemorativas, que ya en 1916 dispusieron los intelectuales de la época, señalando los lugares esenciales en la vida de Cervantes.
Un abrazo y gracias por tu magnífico trabajo.

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